lunes, 8 de septiembre de 2008

Hoy Tenemos Visitas a las 5

El hombre, a medida que envejece, y se encorva su cuerpo, de forma que cabe perfectamente en un féretro, tiende a recordar con nostalgia perdiendo el poco tiempo que le queda.
Aun no he leído tu correo, solo en mi mente se encuentra la tarde soleada, en el parque, el juego de futbol con los muchachos. Ese día definió mi sufrimiento, cuando te vi en una banca, con tu amiga Daniela, y su cuchicheo y risas que despertaron mi curiosidad. No pude sostener tu mirada, que patético mi caso, incluso tú diste el primer paso y te acercaste a mí.
Son las 4:44, siempre he sido un supersticioso de esas horas extrañas con tanto número repetido, son estos los momentos en que me hace falta el minuto sesenta y seis a la seis de cualquier mañana. ¿Recuerdo haber enviado un e-mail a las 11:11, o será a las 00:00, o no lo hice? No creo que te moleste, pero siempre recuerdo esa mañana donde nuestros caminos se cruzaron, gracias a la oportuna intervención de un semáforo defectuoso. Cómo me asustó el verte tendido ahí. Te levante del asfalto y logramos despertarte. Eso fue en Víctor Manuel Rendón y Boyacá. No recuerdo más de ese día, solo tú sigues ahí.
No sé porqué me enferma todo esto, siempre se habla de los amores imposibles, pero si luchas, y te vale tres atados el resto, nada se te escapa. Pero la vida no es así de fácil, por más que uno lo quiera. Películas, discotecas, bares, fiestas, todo los lugares donde un joven puede distraerse con gente de su edad; en todos estuvimos, siempre figurando, una pareja particular.
Esta mañana me he levantado, he saltado de mi cama y echo un par de huevos a la sartén. Me miro en el espejo, y no entiendo qué sucede. Mis ojeras impresionarían hasta al mismo Lawrence de Arabia, y mi palidez me pide ir a Nassau o a cualquier playa con mucho sol. Mi visita aun no despierta, por lo que me pongo a tender nuestra cama. Me niego a decirle mía, pues tú a elegiste muy a mi pesar.
Ya no aguanto esta situación, tu enfermedad me está acabando. Siempre supe lo que llegaría a pasar, y no precisamente era la actitud de la sociedad frente a nosotros. El ser homosexuales fue una marca que nos quisieron imponer, pero nunca nos importó. Tú me lo dijiste desde el principio, la historia de tu familia y su “herencia”, no me importó. Pero ahora, que ha llegado el momento, me duele. Me duele que no puedas recordarme, que yo no pueda hacer nada para remediarlo y que todos nos miren con pena. Gozamos una vida juntos por 30 años, pero parece que fue solo un momento, el tiempo ha sido grato contigo y aun mantienes cierta jovialidad en tu rostro. Yo en cambio, dejo de reconocer poco a poco el rostro que me mira desde algún espejo
Es extraño, pensé haber tendido la cama, pero Rosa dice que ella lo ha hecho. Hoy han traído el desayuno a las 8:12, y me dijeron que vendrías mas luego. Te espere por horas, pero a excepción del anciano que paso a saludarme, nadie más vino. Pobre, dijo que su amigo estaba muy enfermo y le veo en los ojos que carga con todo el peso sin poder apoyarse en nadie. Me recuerda a alguien, tal vez tú puedas verlo y me ayudes a recordar. Como te extraño, ya me parecen días que no te veo.

Grande Jatte

Las vi sobre aquel césped verde, la mañana de un domingo cualquiera, bajo un sol opaco escondido sobre sus sombrillas. Sentado al pie del lago, donde puedo observar fácilmente los pintorescos botecillos de papel del niño cuya sonrisa me aterrorizó. Como cada uno de ellos, luego de pocos metros se hundía, y pienso en las noches que pasé junto a ella. Surcando las aguas, violando la calma marea, un velero trunca el horizonte y mi mente; puedo ver una pareja joven a lo lejos, su cariño me enerva, sus caricias me agobian y el solo verlos me enferma. Debe ser un amor recién nacido, que no ha sufrido una dura infancia o una indiferente adolescencia. Sus manos entrelazadas lentamente se levantan sobre la línea vertical descrita por el curvo pecho de ella, y él besa lentamente su mano derecha. Gracias a Dios se alejan rápidamente, sabrá alguien si continúan su paseo o consumirán su amor a hurtadillas.
Tomo mis ojos y los lanzo al otro lado, donde vuelven a chocar con dos figuras que deseaba evadir. Pero las evito, pues un poco a su izquierda, una anciana sentada en un banco metálico de color verde, cruza su mirada con la mía. Sus manos luchan con un trozo de pan duro, encarnizadamente sus dedos separan y apenas logran triunfar, lanzando migas a las aves que las engullen con rapidez. En cada arruga se lee una historia y su rostro, como las mil y una noches de amor, aventura, me decían que no estaba solo. El niño de la sonrisa terrorífica se le acerca, toma el pan y lo parte con facilidad, dándole los pedazos a la vieja, que agradecida le besa la frente. Pero a las aves poco les importa, pues así son algunas criaturas.
Pero invariablemente mis ojos son arrastrados a esas dos melancólicas figuras centrales a este drama. Ella, la una y más pequeña, con su vestidito blanco y su bonete gemelo, agarrada de la mano de su madre se aprieta contra ella y parece no querer soltarle nunca, so pena de algún mal conocido o temido. Ella de rosa o tal vez mauve, o pudiera a lo mejor definitivamente ser algún tinte marrón desconocido para mí. Curiosamente hace juego con la sombrilla, que poco a poco u mano sostiene con mayor apremio. Giro rápidamente mi cabeza, justo en el momento en que un joven cruza en bicicleta. Es uno de esos modelos modernos que la moda dicta, color rojo intenso y lo más curioso son sus llantas, con filos blancos, como los vehículos antiguos. Su paseo es de recreación, por su deliberado pedalear y el elíptico movimiento pronunciado por su cabeza. Me sonríe amigablemente y continúa su camino. Al desaparecer de mi campo de visión, puedo observar que ambas se han alejado lentamente, dándome sus espaldas.
Así es mejor, pues ya el velero se aleja, y una pequeña muchedumbre salta extática a la otra orilla. Los marineros, han tomado a las aguas, abierto sus velas, impuesto su rumbo al viento y así se introducen a la historia. Pero no puedo saber esto. Yo estoy en la otra orilla, alejado y mirando desde una ventana, a esa otra acera.