lunes, 8 de septiembre de 2008

Grande Jatte

Las vi sobre aquel césped verde, la mañana de un domingo cualquiera, bajo un sol opaco escondido sobre sus sombrillas. Sentado al pie del lago, donde puedo observar fácilmente los pintorescos botecillos de papel del niño cuya sonrisa me aterrorizó. Como cada uno de ellos, luego de pocos metros se hundía, y pienso en las noches que pasé junto a ella. Surcando las aguas, violando la calma marea, un velero trunca el horizonte y mi mente; puedo ver una pareja joven a lo lejos, su cariño me enerva, sus caricias me agobian y el solo verlos me enferma. Debe ser un amor recién nacido, que no ha sufrido una dura infancia o una indiferente adolescencia. Sus manos entrelazadas lentamente se levantan sobre la línea vertical descrita por el curvo pecho de ella, y él besa lentamente su mano derecha. Gracias a Dios se alejan rápidamente, sabrá alguien si continúan su paseo o consumirán su amor a hurtadillas.
Tomo mis ojos y los lanzo al otro lado, donde vuelven a chocar con dos figuras que deseaba evadir. Pero las evito, pues un poco a su izquierda, una anciana sentada en un banco metálico de color verde, cruza su mirada con la mía. Sus manos luchan con un trozo de pan duro, encarnizadamente sus dedos separan y apenas logran triunfar, lanzando migas a las aves que las engullen con rapidez. En cada arruga se lee una historia y su rostro, como las mil y una noches de amor, aventura, me decían que no estaba solo. El niño de la sonrisa terrorífica se le acerca, toma el pan y lo parte con facilidad, dándole los pedazos a la vieja, que agradecida le besa la frente. Pero a las aves poco les importa, pues así son algunas criaturas.
Pero invariablemente mis ojos son arrastrados a esas dos melancólicas figuras centrales a este drama. Ella, la una y más pequeña, con su vestidito blanco y su bonete gemelo, agarrada de la mano de su madre se aprieta contra ella y parece no querer soltarle nunca, so pena de algún mal conocido o temido. Ella de rosa o tal vez mauve, o pudiera a lo mejor definitivamente ser algún tinte marrón desconocido para mí. Curiosamente hace juego con la sombrilla, que poco a poco u mano sostiene con mayor apremio. Giro rápidamente mi cabeza, justo en el momento en que un joven cruza en bicicleta. Es uno de esos modelos modernos que la moda dicta, color rojo intenso y lo más curioso son sus llantas, con filos blancos, como los vehículos antiguos. Su paseo es de recreación, por su deliberado pedalear y el elíptico movimiento pronunciado por su cabeza. Me sonríe amigablemente y continúa su camino. Al desaparecer de mi campo de visión, puedo observar que ambas se han alejado lentamente, dándome sus espaldas.
Así es mejor, pues ya el velero se aleja, y una pequeña muchedumbre salta extática a la otra orilla. Los marineros, han tomado a las aguas, abierto sus velas, impuesto su rumbo al viento y así se introducen a la historia. Pero no puedo saber esto. Yo estoy en la otra orilla, alejado y mirando desde una ventana, a esa otra acera.

No hay comentarios: