miércoles, 19 de agosto de 2009

Una noche lluviosa

La lluvia golpea el parabrisas. El sonido estremece el interior del auto. Julia calla, y yo como mierda. Nuestro espacio desdeña leyes. Estos días no han sido placenteros para mí. Ella lo ha sobrellevado estoica. Mi inutilidad se aprecia. Mi odio crece. Ella continúa en silencio. Se convierte en otro accesorio. Me desespera su pasividad. El recurrente golpeteo de la lluvia lo ahoga todo. Solo somos dos personas. Toda esta situación es arbitraria. Otros verían mucho menos que dos. Prendo la radio. Hago algo, miento mi nulidad. Ella se acomoda en su asiento. Imita, quién sabe si con el mismo fin. Me vira la cara. Yo estúpido mire primero. Mi rabia es terrible. Me concentro en la carretera. Está resbalosa por el agua. Debería manejar con cuidado. Pero mi mente reflexiona sobre algo. Pienso en la posibilidad de un accidente. Siento un intrínseco rubor con la idea. Un vehículo de dos puertas no es tan seguro. Este carro en particular no tiene bolsas de aire. Hay estadísticas, cerca del 70% de conductores tienden a ser sobrevivientes. Subo lentamente el volumen a la radio, cambio a una estación menos melancólica, algo más alegra. No muchos pasajeros gozan de la misma probabilidad, aumentada por las carencias de este vehículo. Parece simple, solo cosa de un mínimo movimiento de manos, 1 o 2 segundos de descuido y este plan dará sus frutos. Sigo jugando con los controles del auto, tratando de evitar ofrecer indicios de lo que mi mente elucubra. Estoy seguro de que vale la pena, incluso si los números no juegan en mí favor, es preferible al vacio que el odio ha dejado. Suelto el timón. Ella se da cuenta. Comprende mis intenciones. El odio se manifiesta. Solo por una fracción de segundo. Me arrepiento. Le digo que la amo. Ella no responde. Nunca alcance a oírla. El golpe es seco. La noche se va alargando en prolongadas formas tristes, sombras de las luces artificiales que alumbran la vía donde líquidos se mezclan y se iluminan. Fue la decisión correcta.

miércoles, 5 de agosto de 2009

El Amateur en las Peñas

La obra “el amante” del Premio Nobel Harold Pinter, fue puesta en escena por una compañía amateur el fin de semana pasado por el mes de la ciudad. Con esto se cerraron 30 días de intensa actividad cultural impulsada por el municipio y el gobierno nacional. Esta presentación de la obra se llevo a cabo en una de las casas antiguas del barrio Las Peñas. Esto ofreció la posibilidad de que el público por una parte, admire un hogar antiguo de la ciudad y un escenario diferente para la puesta. El problema fue la colocación del escenario, en el patio interior de la casa. Por esto eran claros y molestos los sonidos ambientales, como los ladridos de perro y demás ruido de la calle. Además, como cualquier casa antigua, el paso de las personas en la planta alta causaba el crujir de la madera lo que ocasionaba molestia. Tal vez esto no hubiese sido un problema, pero los protagonistas de la obra no contaban con la adecuada proyección de voz para un escenario exterior. El actor que interpretó al esposo pudo corregir esto, pero la esposa nunca logro realmente el tono ni el volumen adecuado. El texto ofrece maravillosas interpretaciones, desde la idea de la ventana por la cual el público ve las acciones o la realidad misma de este matrimonio típico de clase media inglesa. El esposo, reflejando una visión del típico hombre ingles flemático, aportó una interesante propuesta de actuación. Al contrario la esposa tuvo momentos extremadamente flojos, así su actuación se vio plana y nada natural, pues su postura incluso aparecía mecánica. La iluminación acertó a las fortalezas que ofrecía el lugar, jugando con la parte expuesta del cerro Santa Ana y su particular coloración. El predominio fue de colores de tonos calientes, como el rojo y amarillo, aunque en momentos se uso un violáceo para la entrada de la cantante al principio y al final. La música fu el otro gran acierto de la dirección, al contar con una joven cantante que rindió una exquisita versión a capella del tango “quizás, quizás, quizás”. Acompañada solo al final, por un percusionista. Este ofrecía pequeños interludios musicales al final de cada escena. Colocado durante este tiempo arriba de la parte expuesta del cerro, esta posición dejaba que el sonido fluya de manera interesante. Con todo un loable intento por una compañía amateur, que con más experiencia definitivamente mejorará.

“Y la Opera Ronda el Puerto”

La opera Manuela y Bolívar es sin lugar a dudas, uno de los mejores espectáculos que agracio a la ciudad en este, el mes que recordamos su fundación. Con una puesta en escena atractiva, desde el enmarcado del escenario con niveles, hasta los complejos números de danza, el publico asistente a la función de sábado no fue defraudado. El Centro Cívico se ofreció como excelente lugar por su amplio aforo, que el público colmó con puntualidad. Aunque la obra tuvo una demora, esta fue mínima y no molestó a los presentes, pero es un suceso constante en los espectáculos en la ciudad. El escenario mostraba un marco, de manera que cada escena era descrita como un cuadro, el efecto visual era impactante y fue logrado por el uso de varios niveles en la tarima. Por mi posición en la sala, en la galería superior del lado izquierdo, por un lado podía apreciar la escena mejor por su orientación, pero la altura mermó el efecto visual que el público en la planta baja apreció mejor. La Orquesta Sinfónica de Guayaquil ofreció un espectáculo al oído, acompañando magníficamente a las voces en escena. La música impuso un ambiente idóneo, especialmente en la escena de la batalla del 24 de mayo inspirando reverencia; luego en las fiestas de celebración, logro relatar ese sentimiento triunfalista que debió vivir Quito. La interpretación de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, la fuerza de sus voces, la claridad de su tono y su proyección fueron excelentes, aún con lo alejado que me hallaba. Los coros que les acompañaron cumplieron bien su labor, sin opacar a las estrellas, ofreciendo la ligereza necesaria, por medio de juegos de palabra, frente la temática central. Lastimosamente la voz de la interprete de Manuela Sáenz, por la lejanía de mi asiento tal vez, no fue entendible excepto al llegar a los registros más altos. Para ello fue acertada la inclusión de los diálogos cantados en una proyección sobre el marco del escenario, lo que facilitó el seguir la trama expuesta por los actores. Sobre el libreto de Diego Luzuriaga, fue una soberbia mezcla de suficientes partes de drama, acción e incluso comedia. Momentos jocosos como los murmullos sobre los amantes y el marido de la protagonista, por parte de los peruanos arrancaron risas de los presentes. La obra fue un gran aporte al deseable retorno de la opera a la ciudad.

“Il Pagliacci, Pienso”

La comedia es uno de los géneros más complejos, pues es fácil arrancar risas pero no tanto el hacernos pensar con ellas. La comedia puede ser burda y lograrlo, pero no alcanzará su fin. En el caso de la obra “Desembledos”, uno se encuentra frente a un tipo de comedia más racional pero que no deja de caer en simplezas para obtener sonrisas. El espectáculo es unipersonal, donde la actriz por medio de la técnica actoral denominada “clown” ridiculiza lo cotidiano. Esta técnica es básicamente exteriorizar su interior, con el fin de aflorar todo aquello oculto en una interpretación libre basada en el juego con la audiencia. El escenario es magro, vacio con solo unas cuantas utilerías. El manejo del mismo por la intérprete es muy importante, pues de pie a la idea de la exageración que impregna el “texto”. Incluso ciertos miembros de la audiencia forman parte del acto, como elementos utilitarios. El espacio vacío es esencial para realzar las cualidades de la interpretación, remueve cualquier posible distracción. La deformación de lo normal, hecha por la exageración en el uso de movimiento, para incluso las tareas más comunes no es novedosa. Personajes como Mr. Bean y otros han explorado este espacio con éxito. El acierto de la producción al seguir este camino está en, de esta forma poder sacar a flote lo ilógico que puede resultar la realidad. La interacción con el público, lo envolvió en este mundo surrealista de ademanes repetitivos, en una especie de interpretación barroca de actos extremadamente simples. En la mente del espectador queda esta noción de lo increíblemente complejo que son los actos humanos, aunque a la vez, somos nosotros mismos quienes los complejizamos de manera arbitraria e innecesaria a veces. La comedia no escapa al uso del humor escatológico como herramienta para la risa barata, pero dentro del contexto, la visión que se plantea el acto, esto es completamente valido. Al existir solo dentro del espectáculo, el clown, no tiene cadenas que le aten de la manera en que la sociedad impone reglas sobre el comportamiento. Esto posibilita este extremo que nos hace reflexionar. De esta manera la obra funciona en dos niveles separados pero inexorablemente entrelazados. El nivel base de la risa fácil, donde la sola visión de lo absurdo causa hilaridad y no temor. Y un segundo y más complejo nivel, donde la risa, causa identificación y reflexión, un replanteamiento del “normal”.