jueves, 29 de enero de 2009

Las Aventuras de Gustavo Ramirez

Introduccion

A Gustavo siempre le fascino el mar. Desde muy pequeño, incluso su primer recuerdo consistía en ver los barcos surcar el rio desde la gran ventana en la oficina de su padre. Sentado en el sofá de cuero negro, se paraba ayudado con el apoyabrazos y miraba, con un grado de atención que desafiaba su corta edad, el paso de las naves surcando las aguas. Rodeado de paredes enchapadas de madera, la humedad de la ciudad era levemente vencida por ventiladores y un sistema acondicionador de aire. Su padre lo observaba con mucha atención, cada momento que su trabajo lo permitía. Pensaba en que podría hallarse la mente de su pequeño, el segundo de sus hijos. Solo pequeños tosidos del muchachito, producto de una alergia causada por la acumulación de polvo sobre los antiguos muebles de madera o la alfombra, distraía su mirada. A veces el niño le preguntaba:

“Papá, ¿me compraras un barco cuando sea grande? Quiero viajar por el mundo y llevar a mi ñaño Alejo.”

“Si mijito, pero solo si te portas bien y terminas con todos tus deberes.”

“Y además no te olvides de darle un beso a la mami antes de ir a dormir.”

“Bueno, papito.”

El otro recuerdo más viejo era sobre su hermano Alejandro, mayor a el con 10 años. Se acordaba de la navidad cuando tenía 4 años, su hermano le regalo su juguete más preciado, ese que nunca le había prestado antes a pesar de que se lo pidiera llorando. Era un soldado, con uniforme de la marina. Ese día Alejandro le dijo que siempre estaría ahí para protegerlo y darle todo lo que él quisiera. La sala de la casa, con un inmenso árbol de luces brillantes de muchos colores, quedo grabada en su memoria. Aunque algunos años después su mamá cambio los muebles cafés con rayas verdes y sacaron la alfombra para poner un piso de madera, él nunca olvidó como se veía esa mañana. Y desde ese día, su hermano siempre lo protegió. Incluso el día en que el grandote Pancho se le llevo su libro del Capitán Alatriste, Alejo se paró frente al malo y lo puso en su lugar. Recuperó su libro y no dejó que nadie se metiera nunca más a molestarlo. Alejo era el único que comprendía su amor por los libros y la lectura. A veces se pasaban horas en la biblioteca de la casa del abuelo leyendo sus viejas novelas de aventuras, de piratas buenos y de caballeros que rescataban a princesas en peligro. Esas tardes cuando leer los transportaba a mundos fantásticos, juntos para divertirse.

Gustavo era un joven como cualquier otro de su edad, tenia 15 años pero le gustaba decir que eran 16. Era el segundo, después de él nacieron los gemelos Alfredo y José, y la pequeña Victoria que ya tenia 6 añitos. A su hermano Alejandro no lo veía desde hace 5 años, pues había escapado de casa para perseguir su sueño de ser escritor. Su papá siempre pensó que Alejo seria el que lo acompañaría en su negocio. Tuvieron una pelea muy grande, y a pesar de las lagrimas de su madre, el decidió dejar la casa. La memoria de esa tormentosa noche, la lluvia no había parado por 3 días, estaba aún con él. Como su ñaño lo despertó, y muy silencioso, puso en sus manos una cadenita. La cadenita que la tía Gina le había dado por sus 15 años, con una cruz dorada, para que lo proteja. Le dijo:
“Sé que prometí que te protegería, por eso ten esto”, en voz muy baja y con lo que parecían lagrimas en los ojos.

“Pero si te necesito, ¿qué voy a hacer?”

“Shhh, silencio. No te preocupes, si la tienes contigo siempre y me necesitas, esto te guiará hasta mí.”

Con un leve abrazo y un beso en la frente, se marcho.

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