viernes, 29 de agosto de 2008

Tok Tok Tok

El resplandor apagado de las luces de neón, al compás de un agotado zumbido eléctrico, le daban apariencia clínica al pasillo fuera de mi puerta. Adentro y con las luces apagadas, creí percibir como mi conciencia lentamente se dilataba y contraía de forma rítmica con mi corazón desbocado. Frente a mi, ahí sobre la mesa de café que compre junto a ella, se sucedían extrañas imágenes que poco a poco excitaban a mi ya disipada mente. Un perro le reclama a un hidrante por la poca vergüenza de este al negarse a mirar al otro lado, cuando un niño miente ¿pierde un ángel un ala o ambas? Si un pato se sorprende con una manzana en la boca, ¿se burlar el chancho de la desgracia ajena? ¿Si una transexual se enamora de una mujer es lesbiana? Mi mente saltaba pues de cuestión en pregunta, con graves ínfulas de filósofo, tratando de solucionar estas grandes incógnitas que aquejaban a la humanidad. Pronto recordé algo que creí olvidado, inspirado…
La habitación había visto días mejores, y aun cuando la obscuridad jugaba a darle un mínimo aire de normalidad era imposible evitar notarlo. El piso de parquet café, que Julia supo mantener con una nítida apariencia para compaginar con el resto de muebles adquiridos por la benevolencia de parientes de ambos, se dejaba ver en partes debajo de grumos de fétido vomito. La alfombra persa, regalo de bienvenida de mi suegra, se veía relativamente limpia y protegida por un pequeño bodegón de distintas botellas de licores baratos, ordenados a manera de ruinas egipcias. La mesa central de la sala, atosigada de agujas usadas, cucharas quemadas, velas derretidas, mangueras de hule, pequeñas fundas con rastros de polvos blancos y colillas de mariguana dentro de vasos medio vacios de algún trago anónimo, era mudo cómplice de la escena…
Una vaca volaba, ayudada apenas por un ala delta atravesaba el cielo azul de media noche. Un niño saltaba una soga colgada del piso verde y un gato cacareaba buenas noticias a un cartero que entregaba la leche al árbol de la ardilla rojo-amarilla. Apenas despegaba de la pista de mi brazo una aguja caliente, abrazando mis venas de sentimientos en funditas de 10 centavos, cuando se me acerco al oído un murmullo y la obscuridad se disipó…
Monjas ríen, jugando macateta desnudas, mientras el cura observa con muecas a una pareja de roedores comprar una biblia. Una silla salta a mí alrededor, y la mesa le pide la siguiente pieza. ¿Cómo se propone un cambio de estado civil entre dos gorriones de diferentes países? Vale recordar la insoportable levedad de la oruga y como esta se conecta con los ideales existencialistas de una mosca de frutas. Pero disgrego, cabe anotar que me lo ha dicho el elefante verde-amarillo, con la camiseta del Lanús. Una luz cegadora me ensordece, y despierto…
Aún recuerdo el dolor en mis mejillas al despertar, a Marcos sosteniéndose la mano y lo que más me impacto fue el estar completamente encharcado de agua fría, en el verano más seco de Guayaquil. Todo sigue como imágenes entrecortadas, y diálogos de película china de los setentas; veo un par de doctores, a unas cuantas enfermeras y a ningún familiar, a excepción de Marcos claro está. Cuando estoy plenamente consciente de mis lo que sucede, comienza la sucesión inagotable de preguntas de qué sucedió exactamente. Y Marcos me dice, que el viernes luego de ausentarme 2 semanas del trabajo, comenzó a preocuparse por mí y fue a mi casa. Ahí me encontró entre decenas de botellas de los peores licores conocidos por el hombre y restos de cocaína, los cuales dice cocí para inyectarlos en mi brazo derecho, prueba de ellos la decena de inyecciones que halló a mis pies. Me habla de mi delirio, de cómo entraba y salía de un estupor de acido, con respuestas bizarras y observaciones indescifrables. De cómo me metió a la ducha para finalmente despertarme a golpes, pues se le agotaban las ideas de cómo hacerme reaccionar. Yo escucho en silencio, sin poder creerlo, pero consciente de que todas sus palabras son ciertas…

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